Dignidad ante todo

Cuando una persona entra en mi consulta, nos saludamos y la conversación inicial normalmente gira en torno al clima, de donde eres, etc. Observo a mis consultantes, quienes son en su mayoría mujeres fuertes y con ganas de sanar. Heroínas de la vida mundana, para mi gusto. Las veo “enteras”, cordiales y “funcionales”, es decir, independiente de las razones por las cuales tomaron una sesión conmigo, son capaces de manejarse bien, porque están acostumbradas a hacerlo. Me encanta ese momento en el que, finalmente, me entero la carga que traen y no puedo más que sentir una enorme admiración por su fortaleza y dignidad.

Cualquier terapeuta, o persona que ayude a otra, en la forma tradicional o en las nuevas formas, sabe que cada uno de nosotros cargamos toneladas de historias, dolores y traumas. Y no parece que lo hagamos porque nos vemos “normales”.

A medida que avanza mi conversación con mi consultante, comenzamos superficialmente a tocar algunos temas que la están complicando, el rostro se tensa más y más. Es la señal de que nos estamos acercando al verdadero dolor. Risas nerviosas, manos apretadas, juegos con el pelo. Los mecanismos de defensa se activan y, algunas de ellas quieren probablemente salir corriendo por la puerta.

Comienza a abrirse la herida. Muchas veces es una sorpresa para la misma consultante también. ¿Es esto lo que me dolía todo este tiempo? Lloramos, las dos. Obviamente es una pena feliz, si me entienden. Hay un gozo en la liberación de un dolor subconsciente. ¡Ahora sabemos! Ahora sí se pueden abrir otras puertas a una felicidad mayor.

Mientras siento admiración por esta hermosa dignidad humana, de levantarse todos los días a pesar de la mala noticia, de la pelea que tuvo anoche con la pareja, de la pérdida que tuvo hace una semana, viviendo todo esto en silencio, me pregunto porqué lo hacemos. ¿Cómo es posible que esta maravillosa persona, merecedora de la más grande felicidad, haya desarrollado el arte de ocultar, en vez de usar esa energía en sanar? ¿Cómo es posible que no hablemos entre nosotros, por ejemplo, del abuso? ¿Cómo podemos permitir que un ser querido sufra ante nuestros ojos y esperar que lo tolere, mientras nos pide ayuda? Y creo que se trata de un mal hábito, bien visto, cómodo y aceptado por todos.

Entiendo que “hay que ir al trabajo” y el niño “tiene que levantarse para ir al colegio”. También que “la vida es dura” y “hay que salir adelante”, y que eso es lo que nos repetimos todos los días. Tenemos que lidiar con cosas más “importantes” y no está el espacio para ver a mi pareja, hijo, hermano, amiga, compañero de trabajo, mamá, etc. en su dolor. Y es aquí donde nos tenemos que cuestionar lo siguiente: el hecho de que no existan en nuestra sociedad las instancias, los permisos y las soluciones a la mano para atender estas situaciones, no quiere decir que nosotros tampoco nos hagamos cargo de nuestro propio dolor y del dolor de los que nos rodean.

Por supuesto, hay ciertas situaciones que siempre se nos van a escapar, debido a nuestras propias limitaciones. Estamos en el camino del desarrollo y estamos aquí por primera vez haciendo esto. A veces no podemos perdonar o reconciliarnos con alguien, o tal vez, el otro realmente no quiere comunicarse, etc. El camino no es la culpa, ni porque no somos capaces de compartir lo nuestro, o de acercarnos al otro y preguntar con el corazón abierto.

Sin embargo, al conocer la historia de cada consultante, me doy cuenta de que significaría el mundo si hubiera en su vida puentes de conexión, desde ella hacia los demás y desde los demás hacia ella. Puede ser muy simple gesto y requiere sólo de poner atención fuera de nosotros mismos. Con un mensaje, un texto, un “hola”, o un “te quiero” podemos salvar una vida del oscuro lugar en donde está.

Las personas que más nos necesitan, suelen ser las más complacientes y las que más sonríen. Pon atención a tu entorno. Cuando estés con alguien, realmente “ve” a esa persona y escucha lo que no está diciendo. Envíale pensamientos positivos y desea que esté bien. Visualiza a tus personas queridas sanas y en paz. ¡Esto tiene un tremendo poder! Ayudémonos a cargar nuestros dolores mutuamente.

Por otro lado, compartamos nuestras historias con confianza y generosidad. Las personas siempre te sorprenderán cuando abres tu alma y dices tu verdad. ¡Que hermoso alivio cuando alguien realmente te ve, te escucha y sabe lo que estás pasando! Ya no tienes que fingir, puedes llorar o enojarte, libremente.

¿Quién te necesita en tu entorno? ¿Que necesitas compartir con alguien que amas? ¿Con qué necesitas ayuda?

Deja tus comentarios más abajo, me encantaría saber lo que piensas.

Abrazos, Caro