¿Quiénes somos realmente?
El ver más allá del espacio-tiempo, más allá de nuestra realidad física, es para mí como encender la luz en una pieza oscura y ver lo que siempre estuvo ahí, pero sólo sentía que estaba ahí: energías, seres, la conexión con la Luz y con la relatividad del tiempo. Así como en el plano físico, que tan bien conocemos, en el plano astral también hay lugares y seres, lindos y no tan lindos, y para conectarse con los unos o los otros, solo se necesita ir a verlos.
Hay hermosos paisajes para visitar, luminosos seres con quienes compartir y mucha información a la cual acceder. Depende de ti, de qué información quieres obtener, con quién quieres hablar y en qué lugares quieres estar. Me tomó dos años en el caos astral el entender este concepto. La oscuridad y la luz conviven armoniosamente, es uno el que debe ubicarse en donde quiere estar y de lo que se quiere rodear.
Para ser más clara aún, imagina que estás en el ascensor de un edificio que tiene subterráneo y veinte pisos hacia arriba. Mientras más alto el piso, la vista es más hermosa y luminosa, por lo tanto la energía es más positiva. El que decide a qué piso ir eres tú y cuando estás en el ascensor tan sólo aprietas el botón con el número del piso al que quieres ir. Ese es nuestro verdadero poder: decidir en qué realidad vivir. Tu voluntad está reflejada en la acción de apretar el botón deseado dentro del ascensor. Esto, por supuesto, también aplica a la vida diaria en este plano físico, si es que sabemos que tenemos ese poder y decidimos usarlo.
El ascensor en sí corresponde a la vibración, al vehículo que te lleva donde quieras, dependiendo de la sintonía en la que están tus pensamientos y emociones. Si quieres llegar al piso veinte y tener acceso a la mejor vista y a más luz, haces el trabajo de vibrar muy alto y accedes. Tal vez tome tiempo creer que es tan fácil como lo comento, pero esa es la principal dificultad, el creer que así es o no. Todos tenemos acceso al piso veinte, análogo a la máxima expresión de Luz en nuestro ejercicio, porque es de lo que estamos hechos: Luz.
Somos seres curiosos y con deseos de crecer y evolucionar. Espíritus hechos de luz que encarnan, o se manifiestan en diferentes planos de realidad, con el objetivo de evolucionar. La naturaleza de la Luz a la que me refiero es difícil de describir con limitantes palabras. Podría decir que es en esencia Luz, Amor y Sabiduría, todo en uno, todo incluido y al mismo tiempo. No es una mezcla de estos elementos, ni tampoco más de una cosa que en otra, si no que es todo eso, en un solo elemento.
Esta Luz es también puente de unión entre todos los que son Luz, como un gran mar que nos envuelve a todos, nos conecta y nos cuida. Esta Luz a la que regresamos luego de dejar el plano físico, es nuestro hogar, en donde residimos siempre con todos los que somos así, y desde ahí, nos manifestamos en expresiones físicas con el objetivo de descubrir cómo somos y crecer.
Es como si lleváramos a nuestro hijo de cuatro años a la plaza del barrio. Le soltamos la manito y lo dejamos caminar solo y que haga lo que quiera hacer mientras lo observamos. El niño de cuatro años responde a su curiosidad, a sus intereses y va a ir tras lo que le llama la atención de acuerdo a quien él es.
En la plaza, puede que pase chapoteando una poza de agua y que salpique a otros niños que juegan cerca de él. O puede que vaya corriendo a acariciar a un perro y éste le ladre de vuelta. Mientras tanto, nosotros observamos atentamente, pendientes pero dándole la libertad de experimentar. Cuando el niño regresa de jugar, conversamos con él respecto de las experiencias vividas, su percepción de ellas y lo llevamos a casa nuevamente. El padre o madre es nuestro espíritu, el niño es una manifestación física nuestra y el momento en la plaza es una encarnación.
Tenemos muchas manifestaciones-encarnaciones, infinitas de ellas, conviviendo con otros espíritus manifestados en distintos planos de realidad. Todas estas encarnaciones son necesarias para crecer. El niño de cuatro años comienza a aprender y a conocer quién es él, sus carencias, sus falencias y comienza también a desarrollar sus fortalezas. Su trabajo es encontrarse a sí mismo desde su ignorancia, comenzar a comprender su propia naturaleza y convertirse en un adulto sano.
Cada espíritu es una estrella de Luz, única y hermosa. Como tal tiene características especiales, que lo distinguen de los demás. No somos idénticas gotas de agua pertenecientes a un gran mar, que en su forma más pura son iguales a las otras gotas. Somos individuos unidos a otros individuos, cada uno aportando su energía y formando parte de un gran todo infinito. En esencia, nuestros espíritus son únicos, al igual que nuestras manifestaciones en el plano físico y al igual que todo lo que se manifiesta en el universo.
Estas características o improntas en sus espíritus influencian sus decisiones, las experiencias que quieren vivir y cómo quieren experimentarlas. Todas estas características corresponden al momento evolutivo en el que están esos espíritus justo antes de manifestarse en la vida del consultante que tengo en frente.
El espíritu habita armónicamente en el alma y en el cuerpo físico, que son reflejos de sí mismo en el plano astral y en el plano físico, como uno solo. Para nosotros, desde la experiencia terrenal, nos parece que somos tan solo un cuerpo sintiente, que al dejar de vivir, deja de existir. Esto porque la vida terrenal es tan intensa y distractora, que nos duerme ante nuestra verdadera naturaleza espiritual.
Pero el espíritu es paciente, y comprende que estamos evolucionando, y espera hasta que comenzamos poco a poco a tener experiencias vívidas que nos conectan con esa maravillosa realidad.
Abrazos de Luz,
Carolina
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